viernes, 13 de junio de 2014

Roberto, su camisa y sus zapatos

Hacia frio, esa mañana en que Roberto salió de su casa. Iba al trabajo, como siempre, y vestía los mismos zapatos gastados y camisa abotonada al cuello, como siempre.

Como siempre, camino por las mismas cuadras, y paso delante del mismo puesto de diarios.
Hasta ahora, nada original, nada que llamara su atención, o la nuestra. Roberto, su camisa, sus zapatos, y la calle.

Cruzo la avenida, precavido, quizás quejándose ante algún colectivo prepotente, y piso la misma baldosa floja, que los días de lluvia mojaba esos mismos zapatos gastados.
El otoño era el mismo que Roberto había conocido en la ciudad. Gastado, seco, y pintado. Le gustaba el otoño a Roberto. Pero seguía siendo el mismo, solo que aquel árbol que tanto le gustaba había gastado sus hojas antes de tiempo. Que lastima, pensó. A Roberto le gustaban sus hojas.
Paso ante el puesto de flores, y no compro ninguna, lo mismo con el puesto de sahumerios y medias arrinconadas en la vereda, tampoco lustro sus zapatos en la esquina, ni freno a llenarse del olor de la garrapiñada que tanto le gustaba.

Dudo en entrar a la panadería, pero enseguida siguió su trayecto sin demorarse. Espero en otra esquina, la vida del peatón por la mañana puede ser estresante. Y a Roberto no le gustaba estresarse. Espero.
Y en esa espera, se encontró con un cartel que desde el poste de luz lo miraba y lo buscaba.
Don especial desde el nacimiento. Videncia. Cambie su vida, encuentre el amor. Zulma.
Curioso, pensó.
Miro a su alrededor, para asegurarse que nadie estuviera viendo sus pensamientos. Escuchando sus ideas. Y al confirmar que se encontraba solo con Zulma, tomo su celular de botón 7 gastado, y agendo aquel número.
Quizás había dejado algún semáforo más de lo habitual. No se había percatado. Pero entonces alzo la vista, cruzo la calle, tomo las llaves y abrió las puertas de la ferretería.

Zulma en su bolsillo, y el mismo olor oxidado de los años en aquel cuarto.


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