Siempre lamenté no ser ese tipo de mujer.
Hay veces, muchas veces que me dan ganas de serlo.
Son esas que en una reunión social se quedan calladas, en su
asiento, con sonrisa y mirada liviana.
Nunca fui de esas, y las envidio un poco. Solo un poco. A veces.
Son esas mujeres que eligen un licor de melón o gancia antes
que una cerveza o fernet, no fuman, y sus movimientos son delicados, femeninos,
pero femeninos a la antigua. Una femineidad que no comparto, pero que envidio.
Simples en su ropa, suelen llevar el pelo liso, largo, sin
vueltas, sin cortes rebeldes, nada de flequillo, nada de colores raros, nada de
nada, nada.
Y no es una crítica ni una ofensiva, es una simple
observación.
Estas mujeres son la mujer “target” de todo tipo de hombre.
TODO tipo de hombre. Rugbiers, hippies, fumones, rockeros, médicos, artistas.
Todos caen siempre en el abismo de volver a lo simple, a lo básico. Se ven
encantados por ellas. Después quizá experimenten otras cosas, pero en el
curriculum de todo hombre, siempre están. Cuando pensaste que era un tipo
original y rebelde, lo ves mirándola embobado.
Seguramente estudie algo como ciencias de la educación o
psicopedagogía. Quizá enfermería.
Pueden morir de amor por alguno, pero nunca van a dejárselo
saber, no hasta que él se acerque, no hasta que él haga el primero movimiento.
Y ahí está el poder que tienen sobre ellos. Este misterio que les genera, esta
sonrisa que atrás parece esconder tantas cosas. Son como tesoros enterrados y
todos quieren ser quien lo encuentre. El que lo hace, sale victorioso y
orgulloso del combate.
Ahí las veo, calladas, sin hacer esfuerzo, o tal vez
haciendo demasiado, en su lugar, perfectas.
Y ahí me veo desde afuera, gritando, dejando que el alcohol
de a poco surja efecto en mí y los modales que me quedan, fumando, con la media
seguramente corrida, y el pelo ya inflado.
Las miro, y pienso… y por un segundo las imito, hasta que
una canción que suena de fondo me arrastra
y enloquecida comienzo a bailar fuera de mí.
Ellas se levantan, y comienzan a moverse hipnóticamente, con
delicadeza y con sutiles pasos que los hacen delirar.
Vuelvo a pensar y envidiar profundamente su estilo.
Recuerdo que a los 14 hice mi primera declaración de amor.
Pobrecita, ya había arrancado mal. Nadie me había dicho que eso no valía.