domingo, 10 de mayo de 2015

Una tarde Enrique salió al balcón. Miro con aires a través de los barrotes  que lo separaban del abismo. Y en ese instante tomo la decisión de no volver a salir de su casa. Era de wraps veggies, de tatuajes, de eco friendly y pet friendly, era de coca life y dj’s, de budines veganos y bicicendas amarillas, era del respirar y las mascotas, perdón, era de los perros, pensó. Perros grandes, chicos, de cola larga y corta, perros miniaturas, casi perros, perros.
Miro con aires y desgano y repitió en silencio, a partir de hoy me quedo acá. No encontró lo que alguna vez había sido tan suyo, tan barrio. Era de edificios, y café en dólares, cerveza en dólares, corte de pelo en dólares. Miro la plaza, y fueron cómplices. Vos me entendes, pensó, vos si me entendes. Verde, seguís verde, seguís tierra, seguís agua. Yo, como vos sigo agua, sigo tierra, pero solo. Por eso, a partir de hoy me quedo. A los de Ravignani le ofrecieron millones, y se entregaron. Hoy una peluquería con fusión de bar en dólares que no entiendo.
Pucha.
A partir de hoy no salgo más.

Y fue asi. Se quedo. Quieto. Preso. Tieso. Enrique creció un día en hojas, se convirtió en planta. De sus pies brotaron raíces, y de sus raíces ramas. Y sus ramas se atajaron a los barrotes, y lo cubrieron. Cubrieron el cuarto entero primero. Cubrieron las paredes, y los techos. Cubrieron la cocina, la heladera y el sofá. Cubrieron su cama, el inodoro, y las cortinas. Cubrieron todo hasta dejarlo nada. Por el balcón Enrique cantaba en hojas, en plantas y le susurraba al barrio. Le cantaba al barrio ahora que era planta, barrio amigo, barrio querido. Ahora si. Ahora te miro tranquilo. Hecho planta para siempre y por siempre. Me quedo aca, hecho planta. Me quedo aca por siempre. 

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